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Shishyphush (Sísifo) o el camarero de mi tío |
Escenario: Un restaurante con una amplia terraza de grava durante una soleada tarde de verano:
Actores principales: mi tío y “su” camarero
Cuando llegaron a conocerse, mi tío y el camarero, estuve presente y les cuento los acontecimientos bajo mi punto de vista: Se produjeron toda clase de terribles escenas con insultos, reclamaciones, carcajadas y gritos. Y casi llegaron a las manos. Mi tío tenía un defecto en la pronunciación, que casi podía haber sido el motivo de esta pelea. Pero, dado que solo tenía una pierna, finalmente pudo evitarse. Alrededor nuestro estaban sentadas doscientas o trescientas personas, que sudaban copiosamente, disfrutando de las tartas, del café y de las limonadas. Bueno, ocurrió que el camarero que nos atendió, también tenía un defecto en la pronunciación de su nacimiento. Sencillamente no podía pronunciar la "s" y la "c", igual que mi tío. Siempre y cuando aparecía en una palabra uno de estos consonantes, los convertía en una suave y líquida “sh”. Pero ambos protagonistas con un destino totalmente distinto. El camarero se presentó delante de nuestra mesa y preguntó entrecortadamente y nervioso:
Mi tío, que no le gustaban bebidas sin alcohol, dijo como de costumbre:
Al notar el camarero, que mi tío pronunciaba este tipo de ceceo, se puso pálido, a pesar de ser un caluroso verano en un restaurante con terraza al aire libre. Porque su vida con ese defecto en la pronunciación le había convertido en un camarero pequeño, amargado, desgastado, distraído, inquieto, descolorido, miedoso y oprimido. Un pequeño camarero. ¿Y mi tío? ¡Ah, mi tío! ¡Ancho, moreno, gruñendo, con una garganta de bajo, ruidoso, riendo, vivo, rico, tranquilo, seguro, satisfecho, jugoso – ese era mi tío! El camarero pequeño y mi tío grande. Tan distintos como un caballo con carro y un zepelín. El camarero mil veces al día acongojado, humillado, encogido en aquel restaurante y en cada mesa. Mil veces al día al tomar nota del pedido en las mesas y cada vez diciendo “¿Ushtesh deshea?”, lo convertía en un ser más insignificante y más pequeño. ¡Y mi tío! Con una lengua demasiada corta, pero: como si no la tuviera. Mi tío, con una pierna, colosal, con una lengua enormemente ancha. Un Apolo en cada centímetro de su cuerpo y en cada átomo de su alma.
De esta manera estuvieron enfrentados. Preparados para un total enfrentamiento, herido de muerte el uno, dispuesto a reírse a carcajadas el otro. Alrededor de nosotros se encontraron seiscientos o setecientos ojos y oídos, paseantes, bebedores de café, golosos de tartas, que disfrutaron más la escena que cerveza, limonada y tartas. Y entre ellos mi madre y yo. Enrojecidos, avergonzados y escondidos en nuestros vestidos. Al beber más de una docena de copas de coñac, a repartir el 80 % para mi tío y un 20 % para el camarero, que finalmente se sentó en nuestra mesa, se clarificaron los distintos destinos: El camarero tenía ese defecto desde pequeño y empezando por el colegio, todos los compañeros se burlaban de él, llamándole “Shishyphush” para seguidamente repetir con sus palabras:
Al contrario, mi tío enseñando su documentación y con sus propias palabras:
Y de repente pareció, como que el camarero se hubiera desprendido de toda la tragedia de su mal destino. Las dos lágrimas, que se asomaron derramándose en su hundida mejilla, se llevaron por delante todo el suplicio de su existencia burlada hasta aquel momento. Eternamente podría haberse quedado sentado en nuestra mesa, protegido por su nuevo amigo. Sin embargo, una vez bebido ya suficiente coñac, a mi tío todo esto le retrasó. Nos levantamos, mi madre ayudó a mi tío, que tomó su bastón y nos dirigimos a la salida. De repente, sentí una gran compasión por el camarero, que se quedó allí y que no entendió nada lo que ocurría. Entonces le susurré a mi tío: “Parece, que el camarero está llorando.” Lo repetí para que mi tío se diera cuenta de la situación por haber notado, que aquel pequeño camarero, si cabe, se había empequeñecido más. Tan pequeño era y que comencé sentir afecto por él, triste y abandonado. Mi tío dio la vuelta, le miró, movió su bastón por el aire y gritó con la voz de un dinosaurio:
Shishyphush se despertó de su letargo y movió vehementemente su servilleta como si quisiera limpiar todo este mundo gris, todos los restaurantes al aire libre, todos los camareros y todos los defectos de pronunciación de forma definitiva y para siempre. ¡Y estaba feliz, infinitamente feliz! Una vez en calle, mi tío dijo dirigiéndose a mi madre:
Comentario:
Resumen del relato de Wolfgang Borchert por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer Barcelona, julio de 2008 |