Frank Mayer
Por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer

La soledad de un jugador en el parque

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En el parque

Una lluvia suave y primaveral había dado un toque verde fresco e intenso al césped y un brillo notable a las húmedas hojas de los arbustos y árboles.

El aire acarició su cara y olía a fresco.

Los niños no fueron al parque infantil para evitar que jugasen con los mojados aparatos de gimnasia y la arena húmeda; seguramente se dedicaron a alborotar en las calles de sus barrios.

Gerardo, el viejo viudo desde hacía muchos años, se colocó pensativamente delante del tablero grande, que estaba igualmente muy mojado, y contempló las piezas.Foto

“¿Ha movido el caballo? Una estrategia como de libro de enseñanza. ¡Pues bien! Hasta ahora no me ha sorprendido.”

Le ha costado reflexionarlo, durante un buen rato había luchado consigo mismo.

Durante una hora larga había estado contemplando las ramas de los abetos que suavemente se movían al viento, había soñado y sentido una ligera nostalgia.

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¿Qué hombre debe ser este contrincante con un nombre como Francisco? ¿Valdrá la pena conocerle mejor?

Un hombre particular; tenía un aspecto sencillo, se reía continuamente y le bailaba la sonrisa en los ojos.

¿Qué habrá pensado de mí?

¿Un viejo y callado burro? - ¿Un amargado cateto?

Vio la cara redonda y oscura del otro, oyó su risa burlona.

“No me gusta la gente que siempre se ríe. La vida es bastante más seria.

¿Dónde estará? Normalmente, a esta hora siempre está aquí; seguramente habrá tenido problemas con sus numerosos nietos.

¡Pobre hombre!”, murmuró y se sintió ligeramente infeliz.

En un par de zancadas se acercó al tablero, contempló sus piezas y sonrió.

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Foto © 4Dimension - Rico Garbini

“A ver, que pensará Francisco de esta jugada. ¡El pequeño enroque! Le sorprenderá. Donde ha habido, siempre queda.”

Esperó hasta que la temperatura descendiera, hacía demasiado frío y su espalda se tiritaba, se alejó con paso cansino de la plaza; por primera vez desde hacía meses no se alegró al regresar a su desierta habitación y apoltronarse en su cómodo sillón.

Al día siguiente volvió.

Quedó desconcertado delante del tablero grande.

“¡Maldita sea, los niños!”

Alguien había situado todas las piezas de forma esmerada alrededor del tablero, coordinadas en una fila, intercambiando una pieza negra con una pieza blanca.

De esta manera rodearon el tablero como una tropilla de curiosos espectadores.

Peones y caballos, damas. Torres, el rey blanco y alfiles miraban entumecidos, como fascinados, a la pieza abandonada en el centro.

El rey negro estaba tumbado, como vencido, en el centro del tablero en el punto de intersección de las casillas d-e y 4-5.

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Foto: Thorsten Mayer

“Como muerto”, pensó automáticamente Gerardo y sintió nuevamente como le subía el frío de los pies a la cabeza.

“¡No, no! ¡No muerto – jaque mate. No creo en tales símbolos, en semejantes señas – por suerte!”

Dos veces anduvo alrededor del tablero, contempló la tropa, normalmente tan combativa, que estaba colocada allí sin sentido alguno.

Decididamente pisó el tablero, se acercó al rey batido y le colocó en pie erguido; justo sobre el punto de intersección de las casillas centrales.

Ahora ya se sentía feliz y se sentó nuevamente en el banco, donde solía encontrarse Francisco.

Le invadió un sentimiento angustia, cuando observó el banco vacío.

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“¿Porqué no viene? ¿Por qué? ¿Por qué ya no está aquí? ¡Quiso estar cada día aquí – siempre!”

¿Era su culpa? ¿Quizás le pareciese demasiado presuntuoso por su parte?

Pero, tampoco era tan fácil con este personaje completamente desconocido…

“¿Ahora qué?”

Le necesito – justo ahora, cuando por primera vez sintió una soledad inexplicable, cuando creyó haber encontrado con Francisco a un hombre, en el cual había descubierto un desafío en el ajedrez. ¿Dónde debía estar?

Pensativamente abandonó el tablero grande, esta vez en otra dirección. Anduvo rápido y decidido.

Debía buscar el “gambito”; tenía que encontrarse en las cercanías.

Quizás…….

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La soledad de un viejo

 

Por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer

Barcelona, noviembre de 2008

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