|
Navidades 1878 |
Una partida de ajedrez
El novelista Wilhelm Jensen introduce al lector en un día de Navidad en el año 1878 con el ambiente de una gran ciudad a través de su novela “Una partida de ajedrez”. Familias protegidas, adornado con el abeto navideño, pero también solitarios sintiéndose solos y abandonados. Un estudiante juega al ajedrez con un anciano caballero, llamado “el Barón”, en una casa de café. Volviendo la vista atrás, el novelista Jensen narra el comienzo de una extraña rivalidad de ajedrez entre el caballero y el estudiante. El acontecimiento especial de esta Nochebuena es, que el Viejo invita al pobre estudiante Wolfgang a su casa para jugar otra partida de ajedrez. El joven vacila durante unos instantes, pero al fin acepta el ofrecimiento pensando en la posibilidad de ganarse algunos ducados. Estaba todavía en su reducida habitación alquilada, cuando de repente suena el timbre y se presenta un mensajero con un pequeño paquete en la mano, cuyo contenido era un estuche con un medallón de oro, una pequeña fotografía encastrada y una simple nota con un poema. ¡”Erwine!” Sí, no lo podía creer. La foto era de la bella muchacha, con la que había coincidido en sucesivas ocasiones durante el verano pasado, bien en alguna fiesta estudiantil al aire libre o bien a lo largo de su camino diario a la Universidad. Habían intercambiado algunas palabras, pero los encuentros no pasaban de ser más que una visible simpatía del uno hacia el otro. Todavía se preguntó durante el camino a la lujosa casa del barón, ¿cómo podía haber conseguido Erwine su dirección…..? Una vez dentro del noble salón del anfitrión y después de cruzarse unas palabras de cortesía, los dos hombres se pusieron frente al tablero de ébano con piezas de marfil y comenzaron a jugar.
En cada partida se trataba de ganar o perder algunos ducados y Wolfgang los necesitaba urgentemente. En los intervalos de las partidas jugadas, el barón invitó a su joven adversario a tomar unos ponches y fumar varias pipas con un tabaco selecto. ¡El ambiento era digno de una noche festiva! Ya a una hora avanzada juegan por una apuesta de veinte veces más, a propuesta del anciano jugador. Wolfgang aceptó el reto al intuir su gran oportunidad de ganar bastante dinero, una vez estudiada minuciosamente su posición favorable en el tablero. Sin embargo, en el fondo de su corazón creció un cierto desasosiego al no saber como terminaría este evento nocturno, máxime cuando tanto dinero estaba en juego. De repente dijo el barón, “que no se debería jugar por tanto dinero en una noche como esta”. ¡Otro sobresalto para Wolfgang! Una vez recuperado del susto, el viejo sacó un arcón con herrajes de un rincón del salón y lo puso encima de una mesa.
Lo abrió y se pudo apreciar que contenía una ingente cantidad de ducados de oro; de un valor incalculable. El joven pensó, tanto dinero nunca lo conseguiré en mi vida, ni trabajando día y noche. Ahora el barón le ofreció jugar como recompensa conseguir el contenido del arcón. “¡Pero, por Dios, si pierdo, nunca podré devolverle dicha cantidad!” exclamó Wolfgang. “Nada”, contestó el viejo. “Me la podrás devolver durante tus años profesionales, cuando empieces a trabajar y ganar dinero”. “¡Tu posición en el tablero es ventajosa para ti!” El estudiante aceptó el reto y regresaron al tablero, tocándole al joven jugar con las blancas. Ante tanta puesta en juego, de repente a Wolfgang le empezaron a entrar unos sueños fantásticos que le desconcertaron. Vio, como su dama blanca se convertía en su adorada Erwine y todas sus otras piezas se cubrían con una cortina, casi como una neblina.
En consecuencia se despistó, perdió el control de la partida y tuvo que rendirse. Ante tal desastre y golpe del destino, cogió un revolver que se encontraba sobre un armario cercano y se lo apuntó hacia su sien. Ya no quería vivir más. Su honor le decía, que había perdido su vida en una partida de ajedrez. Entonces intervino el barón y le aconsejó que no disparase y si lo que quería era morir, le recomendaba lanzarse al río que transcurría detrás de la casa y de esta manera encontraba una muerte digna. Wolfgang, resignado, aceptó y se dejo acompañar por un oscuro y largo pasillo del edificio. Antes de llegar a la salida, el barón abrió una puerta de otra habitación y sus ojos no podían creer lo que vio. Al fondo de la habitación estaba como una estatua, arropada por una misteriosa oscuridad, que ganó en apariencia al acercarse y con una voz muy suave, saludó al huésped mediante un tímido beso: ¡Era Erwine! ¡Su amor secreto!
Entonces, el viejo barón tomó la palabra y solemnemente pronunció:
Después de un largo silencio entre los tres presentes, el viejo tomó nuevamente la palabra, se dirigió al estudiante Wolfgang y con una amplia sonrisa le dijo: “¡Desde el principio, vuestra partida tenía una buena posición y la habéis ganado. Dejadme contemplar durante un ratito vuestra continuación del juego!” P.D. El novelista Wilhelm Jensen se encuentra estilísticamente entre Theodor Fontane y Franz Kafka.
Por Wilhelm Jensen. Resumido e ilustrado por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer Barcelona, diciembre de 2008 |