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La partida de ajedrez durante la Nochevieja |
Normalmente se suele celebrar la Nochevieja. No obstante, esto depende de las circunstancias de cada uno. Muy raramente se disfruta la Nochevieja delante de un tablero. Sin embargo, esta vez me tocó a mí. El torneo social anual del Club ya se había terminado. Solo conmigo y un tal Rosenberg, un viejo socio, estaba pendiente una partida, que en su momento fue aplazada a raíz de una repentina enfermedad del adversario. Una victoria me hubiera asegurado el tercer puesto en la clasificación y si hubiese ganado mi contrincante, tampoco hubiese quedado en el último lugar. La dirección del Club decidió que la partida se jugase durante la tarde del último día del año, pero claro está, se inició ya empezada la oscuridad del día y se terminó a destiempo, con lo cual me fastidió la cita que tenía en el Restaurante “El Caballo Blanco” con una hermosa muchacha, que tenía el dulce aspecto de la vendedora de flores de la obra “Pigmalión“ y que acababa de conocer por mediación de un amigo.
El encuentro con la bella joven me preocupó y mucho. Ya le dije muy galante, que la había estudiado a fondo y que ella tenía un gran parecido con la dama negra en “a5” en la variante de Cambridge-Springs. En consecuencia me regaló su sonrisa más maravillosa y un día más tarde le comentó a mi amigo, que estaba encantada conmigo. Además le entusiasmó la idea, que había estudiado en la Universidad de Cambridge...
Así que quedamos para asistir juntos a una fiesta de la Nochevieja con una cena romántica y bailes sin fin, etc. Pero en vez de esta agradable velada, me obligaron a pelearme con el viejo Rosenberg. La partida se fue atrasando; jugué rápido y mi adversario muy lento. Así pasaron horas y horas y cada vez me puse más nervioso, cuyo efecto solo intenté dominar con múltiples copas de coñac, que finalmente ya no era capaz de distinguir entre las piezas blancas y las negras. O digamos: casi…, porqué el tictac del reloj me mantuvo despierto.
Pensé, que lo mejor sería expulsar todas las piezas negras fuera del tablero hasta cuando sólo quedara su Rey, independientemente de mis sacrificios correctos o erróneos. Entonces habría ganado y podría marcharme. No obstante y muy a pesar mío, se quedaron tantas piezas negras en el tablero como hormigas rojas. Empleando mis últimos esfuerzos, encontré una posición favorable, pero sólo restaban 15 minutos para la Medianoche. Cuando “el tío” Rosenberg quiso efectuar su jugada 50, de repente me dijo: “¡Me rindo!. No puedo evitar, que Usted me ponga mate dentro de 4 jugadas. ¡Le felicito!”
Durante un par de minutos clavé mis ojos en el tablero y después en la cara del Viejo. Sin despedirme y olvidándome de todas las reglas más elementales de cortesía y de buena educación, me lancé rápidamente a la calle a la búsqueda de un taxi. Pero, como le suele pasar a un chaval de mala suerte, llegué tarde al Restaurante. El Año Nuevo llegó antes que yo, repartió sus regalos y “mi dama negra” desapareció en el barullo de la muchedumbre; seguramente llena de desprecio por el estudiante de Cambridge. Nunca más volví a verla. Una vez tomado el camino de vuelta a casa como un tonto en vísperas, no me cabía en la cabeza “este mate en 4 jugadas”.
Finalmente deseaba que se fueran todos al diablo y pensé, que el Viejo solamente lo había inventado para rendirse dignamente. Una semana más tarde, ya en el nuevo año, el Viejo y yo volvimos a encontrarnos en el club y le pregunté: “¿Qué quiso explicarme Ud. en aquella noche con este mate en 4 jugadas?” El tío Rosenberg me contestó, que si no había sido capaz de percatarme, tampoco merecía ser un campeón. Pero me disculpó por ser todavía muy joven. Montamos la posición antes de su jugada 50 y me explicó detalladamente lo que había visto en la Nochevieja y como conducir las blancas para conseguir aquel famoso mate. Todos los otros amigos, socios y aficionados alrededor de nuestra mesa estaban entusiasmados. Sin poder decir ni una palabra, cogí la mano del anciano amigo de ajedrez y la apreté fuertemente. Pero de una u otra forma, ya no sentí tanta pena por el mal final que tuvo la Fiesta de salida de la Nochevieja.
Por Rudolf Maric de origen serbocroata Resumido e ilustrado por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer Barcelona, Nochevieja de 2008 |