Frank Mayer
Por Mór Jókai resumido y ilustrado por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer

Un juego mortal

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Foto © Elke Rehder Fine Arts

Lugar de la historia: Albania

Guerra: Turcos, apoyados por mercenarios tunesinos contra los griegos rebeldes

 

La tropa mercenaria del comandante Mehemed prestó su máximo rendimiento a los turcos durante esta guerra.

En el transcurso de los combates, el comandante colocó estratégicamente durante la noche como guardianes a cerca de los cinco pozos más importantes del área de Arta a ocho de sus mejores caballeros, donde los griegos habían ya efectuados varios asaltos.

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Foto Franc-Urbano

De repente apareció en la oscuridad un carruaje con un viticultor llevando las riendas. Asustado por los caballeros armados, se dio a la fuga dejando abandonado su carro en las cercanías de un pozo.

Desde lo alto de los caballos, los mercenarios podían ver, que el carruaje llevaba de carga un barril dimensiones considerables.

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A pesar de la oscuridad, los soldados no pudieron resistir la tentación de destapar el tapón de corcho para averiguar el contenido de la barrica.

Oh, ya cosquilleó el aroma de un delicioso brandy en sus narices.

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Sin embargo, su comandante les había prohibido tajantemente y bajo severo castigo beber nada de ningún barril, que encontrasen por el camino.

Para obedecer la orden, no bebieron del barril, sino que introdujeron unos tubos y absorbieron el dulce y agradable contenido.

Realmente era una conducta, que no se podía denominar como “beber”.

No pasó mucho tiempo, cuando los primeros cuatro caballeros se quedaron profundamente dormidos, a sabiendas de que quedaban otros cuatro compañeros de combate que podían cubrir perfectamente la guardia nocturna.

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Foto © Elke Rehder Fine Arts

Sin embargo, el delicioso brandy era tan dulce, que dos de los últimos no pudieron evitar continuar chupando por el tubito, la consecuencia fue, que también cayeron al suelo y quedaron felizmente entregados a los brazos de Morfeo.

Los dos últimos caballeros, Maruf y Schefer no habían degustado tanto y se hicieron cargo de la vigilancia de los pozos.

Para no aburrirse, convinieron jugar unas partidas de ajedrez, en el bien entendido, que todos los árabes siempre llevan un juego de ajedrez en su equipaje, aunque aquel sea pequeño y primitivo.

Se sentaron cerca del fuego para que la luz de las llamas iluminara el juego.

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Foto © Elke Rehder Fine Arts

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Foto © Elke Rehder Fine Arts

Las victorias y derrotas de los dos contrincantes se alternaron pacíficamente.

No obstante, ocurrió que Schefer tenía que recuperar sus fuerzas entre una y otra partida y acudió nuevamente al barril para fortalecer su fe en la próxima partida.

Lentamente, el delicioso brandy hizo su efecto y ya apenas podía distinguir sus piezas.

Perdió su dama y se encontró justo ante un mate por parte de su contrario.

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Foto © Elke Rehder Fine Arts

Admitió que perdería la partida, aparte de que el cansancio “por el brandy” hacía su efecto.

Su noble compañero Maruf, le permitió echarse a dormir, encargándose él de la guardia por encontrarse todavía bastante despierto.

Pero, como ocurre con todas las buenas intenciones, unas veces se cumplen y otras no.

Finalmente Maruf también se sumió en un profundo letargo.

De esta guardia “durmiente” se dieron cuenta los guerrilleros griegos y les robaron los ocho caballos.

Solo el caballo de Maruf se resistió y a pesar de muchos intentos del rebelde griego, continuamente lograba librarse de él, descabalgándolo. Dado que era un caballo fiel a su dueño, volvió a los pozos, donde los mercenarios tunesinos entretanto se habían despertado.

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Foto © Michael Goller

Entonces no les quedó otro remedio que confesar a su comandante lo ocurrido.

El no reaccionó con irá, sino al contrario después de una larga reflexión les explicó, que por su culpa solamente les quedaba un caballo para proseguir el camino y participar en la guerra. Entonces decidió, que sus ocho subordinados deberían jugar unas partidas de ajedrez y cada vez que hubiera un perdedor sería fusilado con el fin que solo un hombre quedara para montar el único caballo.

A los pobres soldados no les quedó otro remedio que aceptar “este juego mortal”.

Finalmente quedaron nuevamente Maruf y Schefer enfrentados, toda vez que los otro seis perdieron sus partidas y fueron ejecutados.

La última partida se convirtió en un drama.

Schefer se encontró en desventaja, pero de repente detectó una jugada ganadora mediante el sacrificio de su dama por la torre de su adversario.

Antes de efectuar este movimiento preguntó a Maruf:

“¿Maruf, cuántos hijos tienes en casa?”

Maruf contestó: “cuatro y mi mujer que está embarazada del quinto.”

“Bueno”, replicó Schefer. “La última noche tuviste la partida ganada y a pesar de haberte tocado a ti poder dormir por la victoria próxima, prescindiste de este favor y permitiste que yo me sumiera en un sueño reparador.”

Maruf asintió silenciosamente.

“¡Siempre fuiste un gran y excelente compañero mío, Maruf!”

Aquel inclinó melancólicamente su cabeza.

Schefer arrancó para efectuar la jugada en cuestión y en lugar de mover la dama, jugó su alfil y quedó derrotado. Todos los demás soldados que estaban alrededor comenzaron a gritar:

“¡Ha ganado Maruf, Schefer ha perdido!”

Schefer se levantó tranquilamente de su asiento e hizo una señal a los tiradores, para que estuvieran preparados por si alguno estaba dispuesto a morir.

Mientras tanto Maruf se quedó sentado delante del tablero, clavó sus ojos vacios en las 64 casillas y empezó a recolocar las piezas.

Pero lo hizo sin sentido alguno, como si nunca hubiera sabido colocar de forma correcta las piezas de ajedrez sobre el tablero, entremezclando las negras con las blancas, los caballos con los alfiles y los peones.

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Pintura © Nicolas Sphicas

“¡Podrás levantarte”, le dijo el comandante, “ganaste la partida y el caballo es tuyo. Eres tú quién sobrevivirá!”

Sin embargo, Maruf se quedó sentado y fijó su mirada en las piezas. Movió las mismas por arriba y por abajo, totalmente desorientado.

Empezó a reírse y murmuró:

¡Qué aspecto tan raro tienen. Una tiene puesto un turbante y otra la cabeza de un caballo!

A la vista de esta situación, ordenó el comandante que se le recogiera del suelo para que se pusiera en pie.

Maruf mantuvo la vista clavada en el vacío, sonrió misteriosamente.

Ya no reconocía ni el cielo, ni la tierra ni los hombres cercanos, su mirada sin sentido vagaba de un lado a otro y los sonidos inhumanos que profirió soñaron a venir de otro mundo.

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Pintura © Nicolas Sphicas

La locura se apoderó de él en la última jugada.

 

Por Mór Jókai resumido y ilustrado por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer

Barcelona, febrero de 2009

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