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Divulgar un secreto |
Sucesos en el Tablero El día 20 de noviembre de 1925 le llegó a Mikhail Botvinnik el gran momento para una persona como él que solamente había cumplido los 14 años.
Se le permitió participar como uno de los jugadores de ajedrez de Leningrado en unas exhibiciones de simultáneas, que dio el Campeón del Mundo de aquellos tiempos, José Raúl Capablanca.
Capablanca estuvo jugando un torneo internacional en Moscú y durante un descanso de un par de días, aprovechó la ocasión para hacer una escapada a la ciudad de “Pedro el Grande” – hoy San Petersburgo.
Cuando el delgadísimo y joven Botvinnik quiso tomar asiento frente a uno de los tableros, un funcionario le tuvo que ayudar para “despejar” el sitio de dos aficionados, que tenían la intención de “asesorar” al chico ante el muy superior Campeón del Mundo. Capablanca eligió con Blancas en el gambito de damas el enroque largo, pero después de una docena de jugadas se vio avasallado por un fuerte ataque del contrario. Se decidió por sacrificar un peón con la esperanza de poder salvarse hasta el juego final:
Todavía hacia el final de su vida, Capablanca se recordaba esta derrota: “¡A young boy of fourteen beat me in an excellent game!”
Por la emoción, el alumno Botvinnik se quedó dormido y al día siguiente llegó con retraso al colegio. Mientras el profesor asentía amablemente con la cabeza, aprobándole sus camaradas le rodearon de forma enfervorizada, obligándole a sus gafas con ambas manos para no perderlas. “¡Fue inolvidable, una imagen para los Dioses!” Todavía se entusiasmaban sus colegas, transcurridos muchos años. Incluso las chicas, que se encontraban cerca, cuchichearon y dirigieron unas miradas llenas de admiración sobre el tímido y flaco jovencito, que hasta ahora apenas habían tenido en consideración. Entre ellas, la Srta. Murka Orlowa, con piernas largas, ojos azules y cabellos rubios, en fin, el sueño de cualquier chico del instituto. Al regresar a casa, su amigo Dimka Saizwe miraba de soslayo con frecuencia hacia el joven Botvinnik corriendo a su lado, un Botvinnik paliducho, pecho hundido y espalda encorvada. Nunca había sido un alumno distinguido y tampoco destacó como atleta. Sin embargo, de repente se había convertido en una persona famosa. Su amigo Dimka inició la conversación entre hombres: “¡Escúchame! Acabas de derrotar al Campeón del Mundo, quizás un día ganarás también a Lasker y otros grandes jugadores.
No obstante, jamás conseguirás un beso de la bella Murka Orlota.
Por Albin Pötzsch Traducido e ilustrado por Frank Mayer - revisado por Salvador Aldeguer Retoques y maquetación: Antón Busto Sitges (Barcelona), marzo de 2010 |