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La guerra de Troya y una partida de ajedrez (2ª parte) |
Una gran variación de oráculos determinaron las condiciones para una victoria de los griegos de tal forma que – entre otras medidas – deberían poseer las flechas de Heracles. Estas flechas las recibió Philoktetes, una vez fallecido Heracles, que durante una travesía a Chryse sufrió una picadura de serpiente, incurable permaneciendo en Lemnos. Una vez cercado la ciudad durante 10 largos años, los griegos recibieron a través del prisionero Helenus (un oráculo e hijo de Priamos) la noticia de este oráculo y Ulises navegó, en compañía de Neoptolemus a Lemnos para recoger a Philoktetes. Finalmente Asclepio pudo curar la picadura de serpiente.
A su vez, Agamemón secuestró durante una persecución de presas en las cercanías a Chryseis, la hija del consagrado Chryses. Este mismo apareció, provisto con regalos, en los campamentos de los griegos para pagar el rescate de su hija; sin embargo, Agamenón no le recibió y se negó rotundamente. Chryses, a su vez, suplicó a Apolo su ayuda y el Dios envió las flechas mortales a los campamentos de los griegos, provocando allí una epidemia de peste. Sólo, cuando Agamemón a raíz del oráculo de Calchas devolvió Chryses a su padre, la peste desapareció. Como compensación, Agamenón exigió a Aquiles la entrega de su esclava favorita Briseis. Resultó una amarga disputa entre los dos nobles, pero cuando intervino la Diosa Atenea, Aquiles cedió y dejó libre a su esclava.
El resultado fue, que Aquiles se retiró enfurruñado de la guerra. Su madre Tetis rogó a Zeus, que les obstaculizara a los griegos la victoria mientras esta injusticia no fuera reparada. En consecuencia, la buena suerte abandonó a los griegos en el transcurso de la guerra. Después de tantos años de batallas, los troyanos ofrecieron a los griegos decidir la victoria o derrota mediante un duelo entre dos héroes, uno de cada parte. La idea fue de que Paris debía combatir contra Menéalo en el sentido de una lucha divina.
El ganador obtendría a Helena y con la muerte del derrotado la hostilidad entre ambos bandos se daría por finalizada. Cuando se produjo la amenaza de que Paris podía perder la lucha, la Diosa Afrodita le protegió ante el golpe mortal y le mando de vuelta a la ciudad por razones de seguridad. Cuando los griegos exigieron la victoria para sí mismos, los troyanos se negaron y la guerra continuó más encarnizada que antes. El Dios de la Guerra Ares estuvo a favor de los troyanos y bajo su mandato, sometieron a los griegos a continuos acosos, pero Atenas y Hera consiguieron evitar lo peor.
Cuando además, la flota griega fue amenazada, Patroclus corrió a ver a su íntimo amigo Aquiles para tratar de convencerle de que regresase al campo de la batalla. Pero éste se mantuvo impertérrito y se negó. En vista de ello, Patroclus se colocó la armadura de Aquiles para poder participar en los combates.
Los troyanos creyeron, que estaba el héroe griego al frente del ejército, cedieron y se replegaron. Patroclus con sus hombres persiguió a los soldados huían y mató a muchos de ellos. Finalmente, Apolo mismo frenó a Patroclus en su avance y le debilitó de tal forma que Héctor pudo derrotarle. Como botín de guerra le arrebató la armadura de Aquiles. La muerte de su íntimo compañero y mejor amigo, provocó que Aquiles regresará enfurecido a la guerra y se tomara la revancha con Héctor.
Su madre Thetis hizo que Hefaistos forjara una nueva armadura para su hijo. Aquiles dio por finalizadas las diferencias con Agamenón y como compensación se le devolvió a su esclava favorita. Retó a Héctor a un duelo a vida o muerte y al final le venció.
Una vez arrastrado el cadáver por tres veces alrededor de la ciudad, permitió a Primaos que pudiera enterrar a su hijo con todos los honores. Con Aquiles al frente de sus tropas, la buena suerte retornó con los griegos. Pusieron en grandes apuros a los troyanos y Aquiles pudo masacrar a muchos de sus adversarios. Entonces intervino el Dios Apolo y le amenazó. Si no desistía de los ataques a Troya, un inmortal podía eliminarle. Tan furioso, se puso Aquiles que agredió al Dios, que se escondió en una neblina y desde esa protección y disparó una flecha al tacón de Aquiles, el único punto vulnerable de su cuerpo. Tocado en el blanco, Aquiles cayó al suelo y pudo ser rematado por Paris.
La guerra proseguía encarnizada y no se vislumbrara el fin de las hostilidades. Entonces, el oráculo Calchas se plantó delante de los griegos y profetizó que solamente se podía derrotar a la ciudad mediante una astucia. Finalmente fue Ulises, quien tuvo la oportuna idea.
Los griegos construyeron un gran caballo de madera en cuyo interior se escondieron algunos soldados bien armados.
A continuación, los griegos se retiraron del campo de batalla abandonado el cerco a la ciudad. Los troyanos, al inspeccionar los terrenos de campamento de los griegos, se percataron de aquel enorme caballo. Laokoon, un sacerdote de Apolo, advirtió a los troyanos que el caballo podría albergar algún peligro y lanzó una flecha sobre el mismo. Sin embargo, el ruido de armas, que se produjo en el vientre del caballo, no fue apreciado por los troyanos. Después de este incidente, Atenas envió dos serpientes marítimas a Laokoon, que le mataron a él y a dos de sus hijos. También Casandra (la hermana de Héctor), la profetisa trágica advirtió del caballo peligroso.
Pero nadie quiso escucharla. Así, los troyanos trasladaron aquel inmenso caballo al interior de la ciudad y celebraron por lo alto la marcha de los griegos y el fin del largo asedio que duró diez años.
Cuando todos estaban durmiendo profundamente, los griegos salieron del interior del caballo, convocaron a la flota mediante unos señales con antorchas para que regresaran a la costa troyana y entrando en la ciudad, mataron a sablazos y cuchilladas a todos los troyanos. Al final prendieron fuego a toda la ciudad que quedó totalmente destruida.
Seguirá en la 3ª parte y última parte Por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer Retoques y maquetación: Antón Busto Sitges (Barcelona), mayo de 2010 |