Ajedrez en la red de forma distinta | ||
Una pequeña biografía:
El jugador de ajedrez de Friedrich Dürrenmatt Un joven fiscal acude al entierro de su antecesor, un viejo fiscal y con esta ocasión llega a conocer más de cerca a un juez, que ha sido amigo del difunto fiscal. Mientras ambos caminan solemnemente en el cortejo fúnebre, cuenta el juez, que cada mes jugaba al ajedrez con el difunto. El fiscal piensa, cuando ya se acercan al crematorio, que también él es un aficionado al juego del ajedrez. Ambos asisten al funeral y después acompañan al difunto hasta su última morada. El viejo juez pregunta al joven fiscal: ¿Puedo invitarle también a jugar una partida de ajedrez? A lo cual el fiscal responde, que acepta la invitación y quedan para el siguiente sábado por la tarde, acudiendo acompañado de su joven esposa. El viejo juez es viudo, pero su hija gobierna su casa. El sábado acordado llegan a la cita a las 7 de la tarde. El viejo juez vive en una villa tranquila, rodeada de un gran parque con abetos gigantes, situado en una zona, donde solo viven personas adineradas, conocida como “barrio inglés”. Desde los abetos y árboles cantan los pájaros y se aprecian los últimos rayos de sol. La cena es excelente, los vinos muy selectos. Una vez finalizada la cena, la hija del juez acompaña a la esposa del fiscal al salón; los dos caballeros se reúnen en el despacho de la casa. El tablero con las piezas ya está preparado. El juez sirve el coñac, ambos se sientan frente a frente, sin embargo antes de que comience la partida, el juez, le expresa el deseo de hacerle una confesión. Ya han transcurrido unos 20 años, desde que conoció al viejo fiscal, ahora fallecido; o sea que con motivo del fallecimiento del juez, ahora se ha convertido en su sucesor. Le cuenta, que llegó a conocer a su antecesor, cuando era el fiscal y ambos acordaron a jugar una partida de ajedrez, muy singular:
Los dos jugadores equiparon los alfiles con párrocos amigos o profesores, los caballos con abogados u oficiales, las torres con industriales y políticos, los peones fueron representados por unos humildes campesinos, la propia criada o el lechero.
Solamente se podía reanudar la partida, si se había ejecutado el asesinato.
De esta manera el viejo fiscal había jugado con el antecesor del viejo juez durante 15 años, hasta que consiguió ponerle en situación de mate, teniendo en cuenta que antes – lo mismo que su adversario – había tenido que asesinar a su esposa. Quién había inventado este juego, no se pudo llegar a averiguar, pero debió tener sus raíces en la historia de la ciudad, cada vez entre el juez y el fiscal. A la vista de estos hechos, su primera reacción, continua el viejo juez, fue detener en el acto al antecesor del fiscal actual, pero entonces no pudo resistir a la tentación de iniciar una nueva partida: El fiscal designó como dama, a su hija mayor, toda vez que su esposa murió “al cumplir las reglas de aquel peculiar juego de ajedrez” y el otro puso a disposición a su joven esposa. A partir de aquel instante, para él, cambió el sentido de la vida: A través del juego del ajedrez había recibido el poder de los Dioses sobre determinadas personas, sentados enfrente el uno del otro como Arimahn y Ormuzd (mitología persa). Durante veinte años jugaron de forma trágica, luchando encarnizadamente por cada pieza, pero al mismo tiempo revestido de poder, cuando tuvo que sacrificar una pieza y nunca olvidaría ese día – para salvarse de un jaque mate – tuvo que sacrificar a su propia esposa – hasta cuando finalmente, hace una semana, el viejo fiscal tuvo que suicidarse por haber quedado jaque mate él mismo. Quizás sea sorprendente, que los asesinatos que han tenido que cometer durante el transcurso de los últimos veinte años, nunca serán descubiertos, o sea – independientemente que fueron realizados muy cuidadosamente, que documenta el juez con algunos ejemplos – seguramente la razón haya sido, que a nadie se le hubiera ocurrido la macabra idea que detrás de estos asesinatos se podía ni remotamente sospechar que había un motivo tan excepcional como una monstruosa partida de ajedrez. El joven fiscal horrorizado escuchó la confesión del viejo juez. El juez se reclinó y desde la habitación colindante se oyó la animada conversación de las dos mujeres. “Bueno, Ud. puede detenerme ahora”, dijo el juez. El joven fiscal reflexionó y pausadamente situó las piezas, que estaban colocadas junto al tablero, y puso la dama en su sitio. “Pongo a mi esposa”, dijo. El viejo juez le replicó: “Pongo a mi hija” y puso su dama en el tablero.
Fuente de inspiración: Alexander Hartmann Frank Mayer - Revisado por Salvador Aldeguer |
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