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Sobre el mito de la casa elegante de café (y 2) |
2ª Parte Sin embargo, parece que el Café de la Régence en Paris, sito en la Rue St. Honoré
fue al principio un lugar donde se mezcló gente muy heterogénea. Diderot basa aquí su novela de dialogo “el sobrino de Rameau”, ni bonito ni especialmente elegante le pareció la Régence en aquella época. George Walker la describe como “grande, ordinaria, la antitesis acentuada de graciosa y afectuosa (....), un agujero negro de Calcuta debe de ser su hermana mayor”. No obstante, como en el ‘Grand Divan’ se reunieron aquí literatos, políticos, dandis conocidos en la ciudad y profesionales del ajedrez. Además, parece que el local de ajedrez del café, abierto al mundo, simbolizaba una utopía democrática e igualitaria. Otra vez Walker: “El ajedrez era en aquel tiempo el juego de la aristocracia. Pero le fue arrebatado de sus manos, por otros derechos feudales, y ahora es la recreación del millón. Un espacio dedicado al ajedrez para que prospere debe estar abierto a todo el mundo – libre como el aire del cielo – accesible, a un coste reducido, para todos los hombres, no solamente para los que pueden comprarse un sombrero lujoso y una chaqueta distinguida”. Rousseau y Voltaire, Grimm, el oblicuo Barón Holbach y d’Alembert, pero también Fouché y Napoleón fueron visitantes más o menos habituales de la Régence. Entre ellos se encontraron los mejores jugadores de su época. ¿Pero que significa: “entre ellos”? Algunos jugadores, que mencionan a Diderot y Walker, podían conseguir unos ingresos suficientes con el ajedrez, no obstante incluso “el sagaz Philidor” estaba pendiente siempre del apoyo de algunos pocos mecenas. Por supuesto, en el café de la Régence se jugó por dinero, Walker dedicó un capítulo entero de su libro al Monsieur Pillefrancs, que destripó a los visitantes imprudentes como si fueran patos navideños para después elogiarles por su buen juego. Y Pillefrancs tenía, como Walker menciona, una familia numerosa. Casi idénticas son las memorias de Andreas Ascharins del famoso Café Dominique en San Petersburgo
La sala de ajedrez es “un espacio semi-oscuro con columnas y con lámparas de araña” detrás del restaurante y el salón del billar, en el cual se suele jugar principalmente al domino. A parte de Schumov, Schiffers y el joven Chigorin, Ascharin encuentra hacia 1875 ante todo a “un viejo gato”, “a un verdadero artista del ajedrez que sabe disimular tan hábilmente su verdadera fuerza del juego, que sus víctimas juran por todos los santos, que solamente por sus propios despistes pierden las partidas”. Mientras tanto está ganado, como el gato cobra y maúlla, pero si pierde, como es naturalmente contra el autor, pone sus pies en polvorosa y deja sus deudas sin pagar. Unas imágenes parecidas ocurren en Viena. Elias Canetti ha esbozado la variante vienesa del Pillefrancs parisién o del gato de San Petersburgo en “la obcecación” de la figura de Fischerle como sigue: ‘una existencia modesta en la frontera de la legalidad con el juego del ajedrez como fuente de ingresos’. En Viena se concedieron los primeros privilegios para el despacho de café ya en el la primera mitad del siglo XVIII. A parte del disfrute exótico de café y tabaco, la casa de café ofreció la posibilidad de ofrecer un espacio dedicado a la lectura y el juego. Como en Londres, Paris y San Petersburgo solía dominar el billar, toda vez que los juegos de azar no autorizados con altas apuestas estaban prohibidos. Todavía en el año 1751, la archiduquesa Maria Theresia impuso a los preparadores de café “el no conceder ningún alojamiento a los alborotadores y jugadores”. Es la primera vez que se menciona explícitamente el juego del ajedrez en “el Café Milanés” en Viena. ¿Qué aspecto tenía el interior?
Perinet nos cuenta en 1788 su mundo: “No lejos, está situado en el piso de abajo, donde, como se comenta, antiguamente existió un establo, una bóveda bajo ‘el territorio milanés’ (...). Aquí, en un rincón, unos pensadores juegan al ajedrez y una docena de espectadores se quedan dormidos ante este complicado juego.(...) Un caos de pisadores de empedrado, tomadores de aire y comisarios recreativos, (...) una plaza publicitaria de jóvenes cantamañanas y demás bribones”. No se podía pensar en un mundo elegante, incluso el primer y autentico café de ajedrez en Viena, el viejo “Kramersche Kaffeehaus”, lo describe Gräffer como “una cueva oscura”, y a pesar del poco espacio que ocupaba muy apreciado por los literatos al disponer de una gran variedad de periódicos. El famoso Café vienés de ajedrez, establecido posteriormente, fue el “Central” como punto de encuentro intelectual de Viena y al mismo tiempo como de cita obligada para todos los campeones mundiales de ajedrez como se publica seguro de sí mismo en un anuncio: El “Central” es centro de innumerables anécdotas que rodean el juego de ajedrez, sin embargo la mayoría de los textos tergiversan la memoria. Pocas veces se trató del honor en este establecimiento. En cierto modo, el “Central” alimentó a los maestros del ajedrez, enfrentándose con aficionados, a los cuales les gustaba jugar por dinero, una diversión económica para el publico vienés de alta burguesía con unas perdidas previsibles y ante todo aprovechando para hacer negocios, asistiendo en “la noble sociedad de ajedrez”. Milan Vidmar en aquellos tiempos todavía un estudiante de Laibach, describe el ambiente en 1903 de esta forma: “En el Café Central se jugaba exclusivamente por dinero: una media corona por partida. Los visitantes acomodados del particular centro vienés de ajedrez consiguieron por poco dinero el placer de jugar al ajedrez, mientras sus apurados adversarios ganaban con mucho trabajo una exigua nómina ajedrecista. Proliferaron los jugadores profesionales, que vorazmente pescaban la media corona. Incluso hubo algunos jugadores profesionales, a los cuales los maestros les hubieran podido dar la ventaja de una torre: Pero siempre encontraron a jugadores todavía más flojos, que no les importaba sacrificar en el altar ajedrecista una o dos coronas.” Naturalmente, en aquellos tiempos se vestía con trajes y no como ahora con vaqueros, pero tampoco se debe olvidar: Que el traje del jugador profesional en el “Central” seguramente era el único del que disponía y su habitación en el suburbio era húmeda y fría. Por cierto: en Simpson’s como en el Café Central no solamente faltan en la actualidad los jugadores de ajedrez si no también los literatos. Lo que abunda, son los turistas en busca de ellos y un par de ‘esnobes’, que continuamente hablan con sus teléfonos móviles.
Fuente literaria: Michael Ehn y Ernst Strouhal Por Frank Mayer – revisado por Salvador Aldeguer |