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The Squares of the City (las casillas de la ciudad) |
Por John Brunner 1934–1995, de origen inglés
Vados, la ciudad mejor planificada del mundo, podría ser el paraíso de los jugadores de ajedrez. Se encuentra en todos sus rincones este juego, el Presidente del país se entrega a él tanto como el último escultor en madera, los camareros sirven los tableros como si fueran exquisitos postres, los torneos locales de ajedrez son transmitidos en directo por la televisión estatal y son vistos por toda la población, se elogia al Campeón del país como un héroe del pueblo, donde se persona, acude la muchedumbre, como para asistir a un importante acontecimiento deportivo, ya mismo en sus muestras arquitectónicas, la ciudad exhibe sus relaciones con el ajedrez. El ajedrez es el juego nacional, sin duda alguna, “the great nacional institution”. ¡Sí, se debería vivir en Vados!
Sin embargo y a pesar nuestro, esta ciudad existe solamente en la novela, en la ciencia ficción, su desacuerdo político es irrealizable. La misma debería ser una ciudad piloto de un pequeño estado latinoamericano, debería demostrar, que la belleza, la riqueza y la justicia social pueden coexistir perfectamente. Al menos así se pronuncian el Presidente de Vados y su asesor Mayors cargados de buenos propósitos. Sinceramente, se erigió una compuesta obra de arte en un plazo de 10 años en la selva – tan evidente como una partida de William Steinitz y tan bonita como un enigma de Lloyd – y todo pareció ir viento en popa.
Pero tuvo que reclamar la ayuda del australiano Hakluyt, uno de los más prestigiosos planificadores de ciudades y expertos en tráfico, apuntando las primeras dificultades. En los rincones oscuros del lugar de ensueño se desarrollaban zonas problemáticas, campesinos empobrecidos vivían en barrios miserables e inhumanos; antiguamente se les destruyó su medio de vida, cuando la construcción de la ciudad agotó todos los recursos naturales. Hakluyt, el narrador en primera persona, debe arreglarlo todo. Sin querer, pero de forma imparable se ve implicado en las discordias interiores; lo que se demuestra al principio solamente como un problema moral – la destrucción del espacio vital de miles de personas empobrecidas – se descubre más adelante como una cuestión política. Porque Vados está dividido políticamente en blanco y negro y Hakluyt nada entre dos aguas. Detrás de la fachada deslumbrante debe realizar jugadas dictatoriales y demagógicas; finalmente se da cuenta en un proceso doloroso, que él mismo está desempeñando un papel en las intrigas políticas. Él se descubre como un simple peón en el ajedrez por usurpar al poder. En aquellos momentos, algunos de sus amigos han tenido que morder el polvo ya, dado que el ambiente se enrarece por momentos y parece abocado a una guerra civil.
Sin embargo, el proceso de la propia comprensión no se queda estancado; lo que suena a una metáfora se manifiesta pronto como un juego real. Kakluyt es una pieza más en el juego por el poder, una pieza en una encarnizada competición de ajedrez del Presidente contra su adversario político. Para evitar lo peor, eligen la lucha planteada con caballerosidad, pero profundamente cínica:
No obstante, con esto no se puede derogar las leyes históricas, al contrario, lo que debe venir, llegará cuanto antes. La vida es sencillamente demasiado compleja para reducirla a una partida de ajedrez.
Unas frases de este nivel no se encuentran en las obras literarias, que se sirven del ajedrez. Allí se destaca significativamente la obra de John Brunner. También en otro aspecto es única: El intenta convertir una partida, realmente jugada, directamente en un argumento. Entre aquellos libros, que se atreven a acometer en profundidad el tema del ajedrez, pueda ser – como cree Brunner – el mejor, el más logrado. Dos razones todavía contradicen esta tesis. Por una parte y no se puede repetir con mucha frecuencia, la vida es demasiado complicada para reducirla a una partida de ajedrez. Para el novelista se le presenta de esta forma el deber casi imposible de solucionar, de convertir los movimientos más bien estáticos en una motivación auténtica de la vida.
Esto subraya, cuan lejos Brunner ha llevado su experimento, con qué ambiciones y con qué exactitud ha trabajado. No obstante tenemos la impresión, siempre admirando a un gran escritor respetado, que no ha sido todo lo afortunado lo que debiera. Por otra parte el juego de ajedrez es demasiado complicado para convertirlo en una descripción viva. Sólo el hecho de que las 32 piezas (solamente 16 son revelantes en su actividad), pero ante todo las innumerables variantes y posibilidades que existen, rompen el marco de la literatura.
Esto se puede comprobar fácilmente a raíz de aquella auto-confesión: “The flow of names was beginning to make me dizzy” (118), traducido: “El flujo de nombres comenzó a marearme”, Lo reconoce Huklyat y de la misma manera lo siente el lector, máxime, cuando todos se llaman Díaz, Ruiz, Cruz, Cortes, González o similar. Sencillamente, se pierde la visión de conjunto y ningún artista puede lograr conseguirle a todas las piezas los correspondientes colores. En consecuencia son iguales como los peones de madera del juego de ajedrez, imposibles de diferenciar. De cierta manera, incluso la clasificación como una ciencia ficción se basa en una confusión porque Brunner rinde más, él ha escrito con “The Squares of the City” una utopía negativa y debe admitir que se le mide con Orwell, Samjatin y Huxley. También si no alcanza estos niveles, la obra se revaloriza en este nuevo contexto. El ajedrez le sirve más como matriz que como una metáfora – con esto ha expuesto más que Zweig, Nabokov o muchos otros. Brunner indica la partida entre William Steinitz y Mikhail Chigorin (Habana 1892), obviamente sin saber, que se trata de un Campeonato Mundial.
Presuntamente opina que fue la 16ª partida: Steinitz, William - Chigorin, Mikhail [C77]
Fuente literaria: Jörg Seidel Barcelona, en marzo de 2008 |